Panda es uno de los estudios de grabación más importantes del país, yo grabé ahí uno de los discos más importantes de mi vida.
León Gieco
Los estudios Panda fueron el fetiche de todo músico del rock argentino durante los años ochenta. Equipados con tecnología de última generación, entre esas paredes del barrio de Floresta, Charly García reinventó su sonido con Yendo de la cama al living y produjo el debut de Los Abuelos de la Nada en plena Guerra de Malvinas; Los Twist terminaron La dicha en movimiento en apenas veintinueve horas y media; los Redonditos de Ricota registraron Oktubre con un técnico que nunca antes los había escuchado nombrar; Sumo entró a grabar After Chabón sin ningún tema preparado; Los Fabulosos Cadillacs cantaron Vasos vacíos con Celia Cruz; Andrés Calamaro plasmó sus primeras andanzas como solista; Fito Páez concibió su disco más doloroso; y V8 hizo un álbum de heavy metal cristiano.
Durante los noventa y dos mil, este emprendimiento montado por el músico Miguel Krochik en la calle Segurola continuó recibiendo a bandas de primera línea (La Renga, Divididos, Attaque 77, Las Pelotas, Auténticos Decadentes, Los Piojos, Babasónicos, Catupecu Machu) y se abrió a la música tropical, dándole espacio a Gilda, Antonio Ríos, Sombras, Ráfaga, Green y muchos más. Clásicos de la cumbia como La ventanita, Nunca me faltes y Fuiste se inmortalizaron en la misma sala que Jijiji, El ojo blindado y Ella vendrá. A cuarenta años de su inauguración, este libro recupera la mística del lugar con un anecdotario jugoso que reconstruye la grabación de discos claves.