Había un viejo y exagerado bolero en el que un borracho, luego de haber mordido el cristal de la copa, seguía tomando en báquica orgía de sandre y vino. La boca herida dejaba salir el dolor que, en llanto rojo, se mezclaba con la bebida y le daba sabor único, inefable en su pena. Además, con el corte despertaba de la anestesia que el desamor y la curda le provocaban. Digo esto porque creo que -como herida y ofenda- Mariela Peña se ha roto la boca en la escritura de estos cuentos.
La serie de textos que conforman No te mueras en diciembre son un canto con filo que mezcla sangre con tinta en un sentido benévolo y agitador a la vez. Hay un piquete que despierta a los lectores de la comodidad cotidiana. Es claro que para escribir estos cuentos se deshizo las manos y la voz, como una escritora atacada por rosas antes de sentarse al teclado. Hay tormenta de domingo en la tinta.
Sencilla en su prosa, poética a la vez, los cuentos de este volumen son pequeñas explosiones en el silencio estremecedor de un panorama social y artístico que a veces decide vendernos cuentos de hadas hasta la eternidad. Aquí no hay hadas, hay mariposas reas. Es una habilidad que tiene la autora: lo bello, lo pequeño y lo emocionante se despojan de lo bobo. Es inspiración y técnica.
José Arenas