Giselle ve libélulas todo el tiempo. Las ve en su cocina, en su cuarto, en su patio. La primera la vio entre sus sueños.
Fue entonces cuando entendió que aquel bichito, que se le aparecía en la oscuridad de la noche, era un regalo de él, una forma de comunicarse. Martín, que era biólogo, amaba las libélulas. Ella lo supo mucho después de su muerte. Esta historia, impulsada por el dolor de la pérdida, nace en Twitter, aquella red que alguna vez supo encontrarlos.
Y lo que parecía un triste final acabó siendo el comienzo de todo cuando su amor, exclusivo de ellos dos, comenzó a ser un amor expansivo, compartido, y que aún hoy se multiplica, generando, como bien ella dice, un bello “efecto colateral”.